LA CITA DEL SEÑOR
Un señor que va a morir esta tarde
a las 4 y 53 minutos cuando se cayó el ascensor
del edificio donde reside su cuñada Emérita Rondón viuda
de Arteaga, miope, costurera de oficio,
se ha detenido con su paraguas
al pasar bajo la sombra de un árbol
junto al muro de la acera.
¿Intuición? ¿Presentimiento? ¿Una especie
de revelación? ¿Se quedará allí
un minuto más de los debido
hasta ponerse fuera de peligro?
Me inclino a creer que no. La sombra pasa,
el reloj apura y al señor apenas le quedan en este instante
los catorce minutos justos, imprescindibles,
para, tomando un taxi, llegar en punto al ascensor. Y
de todos modos, dentro de dos minutos, a las 4 y 39
con cincuenta y dos segundos (GMT) un ómnibus de la ruta 27
se proyectará contra ese propio árbol de la meditación del señor,
causando la muerte a un menor con un aro
que pasaba por allí sin ninguna razón
y se detuvo a contemplar un paraguas olvidado junto al muro,
no mencionándose en los periódicos de la mañana
al reseñar el accidente, ningún otro hecho de importancia,
ni testigos junto al árbol que presenciaran el siniestro.
Sorprende que entretenido en disfrutar de su sombra
el señor (ya de cierta edad) no parece tener apuro. Incluso
acaba de determinar tomarse una cerveza al pasar por la taberna de 16 y 23.
Sin embargo,
¡cosa extraña en estos tiempos!, ahí está un taxi de repente
frenando con estrépito. Y más extraño aún,
el hombre del taxi (cuyo rostro no se divisa bien)
se ha desmontado con una gorra de almirante en la mano,
y abriendo la portezuela cortésmente
lo invita a subir.
Aunque el señor, como se dijo, le sobra el tiempo
y ha visto llegar el taxi como en un sueño
mientras pensaba con deleite en su cerveza,
distraído consulta la hora:
"¡Dios mío (se sorprende)… las y 39!"
y apresurado y misterioso,
como quien de repente recuerda algo,
olvidando su paraguas
entra el señor definitivo en el taxi
con una sonrisa muy blanca.
Rafael Alcides Pérez Rafael
Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1993.
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